Apenas 600 ejemplares del tordo amarillo, una pequeña y vistosa ave que habita en pastizales cercanos al agua, quedan en Argentina. La especie también se encuentra en otros países de Sudamérica, pero todas sus poblaciones están diezmadas y cada vez es menos frecuente verla en paisajes en los que abundaba décadas atrás.
Para evitar que desaparezcan las colonias remanentes, en las provincias de Corrientes y Entre Ríos -las únicas en las que sobrevive este pájaro- se está ejecutando una campaña de rescate, coordinada por investigadores del CONICET, de la que también participan ambientalistas, aficionados y técnicos de organismos estatales. Desde hace tres años, se convirtieron en los guardianes del tordo amarillo y cada temporada acampan durante más de dos meses en sus sitios de reproducción para proteger sus nidos y conocer más acerca de sus hábitos.
La alianza para custodiar a los tordos amarillos en Argentina comenzó a gestarse en 2014 y uno de sus impulsores fue el investigador adjunto del CONICET en el Centro de Ecología Aplicada del Litoral (CECOAL, CONICET – UNNE), Adrián Di Giacomo. “El proyecto busca no sólo cuidar y preservar las poblaciones que quedan, sino que también apunta a obtener más datos acerca de cómo viven y cómo se reproducen estos pájaros, que décadas atrás eran muy abundantes en toda la región mesopotámica, pero que ahora se ven con muy poca frecuencia”, detalla.
Después de tres años de campañas, en las que los grupos se adentraron en terrenos donde identificaron colonias y acamparon durante meses para acompañar de cerca el período reproductivo de las aves, el proyecto comenzó a obtener buenos resultados. Sin embargo, advierten que será necesario mantener estos manejos intensivos al menos durante una década, a fin de lograr un aumento significativo en las poblaciones y una recopilación adecuada de datos que permitan para conocer la dinámica de la especie.
Una especie vulnerable
Desde el año 2000, el tordo amarillo está considerado como una especie en estado vulnerable, según la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). En 2004, un decreto provincial lo declaró Monumento Natural de Entre Ríos, basándose en los argumentos expuestos por diversos trabajos científicos: quedan pocas poblaciones, son pequeñas, están fragmentadas y decrecen rápidamente, debido a diversas amenazadas directas e indirectas.
Una de las principales causas que afectaron a estas aves es la pérdida de su hábitat. “Son pájaros típico de pastizales y muchas de las zonas en las que se encontraban esos ecosistemas ahora están ocupadas por arroceras, por plantaciones de especies forestales o por campos destinados a la ganadería”, señala Di Giácomo, quien se radicó hace más de una década en Corrientes para montar un Laboratorio de Biología de la Conservación en el CECOAL.
En Argentina no existe ningún área protegida que cuente con las características necesarias para la supervivencia del tordo amarillo. Sin embargo, hace algunos meses se avistó una gran bandada sobrevolando los Esteros del Iberá, una zona que -de aprobarse un proyecto de ley que ya cuenta con media sanción en congreso argentino-, será próximamente declarada Parque Nacional.
Además de la degradación de su ambiente, el tordo amarillo también está expuesto a la depredación por parte de otras especies, incluso de algunas muy similares, como el tordo renegrido. Esta ave tiene un ritmo de crecimiento más rápido, por lo que que parasita los nidos, monopoliza el alimento e impide el crecimiento de los pichones. También se han reportado casos de caza ilegal para la venta como ave de jaula.
Custodiando nidos en un campamento
Más de 80 personas han colaborado durante los tres años que lleva el proyecto. Aunque cuenta con distintas instancias que van desde el trabajo en laboratorio hasta las acciones de concientización, la tarea de los guardianes es clave para lograr que la reproducción sea exitosa en cada una de las colonias identificadas.
En cada temporada, que se extiende de octubre a diciembre, se realizan recorridas de más de 10 mil kilómetros en las provincias de Corrientes y Entre Ríos para detectar los puntos estratégicos a custodiar. Una vez identificados, los guardianes acampan durante varias semanas, instalan protecciones, colocan cámaras trampa y siguen de cerca lo que pasa en cada uno de los nidos.
Además de los investigadores y becarios del CONICET que coordinan esta iniciativa, también participan estudiantes de distintas universidades de la región, miembros de la asociación Aves Argentinas, Clubes de Observadores de Aves y técnicos de las direcciones de Recursos Naturales de los gobiernos de Corrientes y Entre Ríos. También se cuenta con apoyo de instituciones como la Administración de Parques Nacionales o la Entidad Nacional Yacyretá, que aportan recursos para distintas instancias.
Reclutar al equipo que participa de las tareas de campo y que se instala en los campamentos para cuidar a los tordos es una tarea que demanda varias semanas de preparativos. “Además de los participantes locales, en su mayoría estudiantes y aficionados, hemos tenido voluntarios de otros países, como España e Inglaterra, que conocieron la propuesta y se contactaron con nosotros para sumarse”, cuenta Di Giacomo.
“El trabajo en los campamentos es desafiante. Más allá de las cuestiones climáticas, como el calor extremo o las intensas lluvias que pueden ocurrir en esa época del año, en algunos puntos de Corrientes hubo casos de intentos de robo por parte de bandas de cuatreros (N. de R.: nombre con el que se denomina en la región a las personas que cometen el delito de abigeato o robo de ganado) y tuvimos que pedir asistencia de Gendarmería para que nos custodien”, señala otra de las integrantes del proyecto, la becaria doctoral del CONICET en el CECOAL, María Florencia Pucheta, quien está estudiando la conservación y el manejo de la especie para su tesis.
La diversidad de orígenes y formaciones de los participantes, asegura Di Giácomo, es una de las fortalezas del proyecto. “En una de estas campañas uno de los guardianes fue quien tuvo la idea de colocar un ‘corralito’ para proteger a los nidos durante la etapa de incubación en la cual las aves son muy sensibles a las molestias. Ese experimento dio muy buenos resultados y logró evitar la depredación en el 90% de los puntos en los que trabajamos, con lo cual fue adoptado como técnica de manejo”, destacó.
Pero el sistema de guardianes que se implementó con el tordo amarillo no es nuevo. De hecho, la experiencia está inspirada en un sistema de manejo intensivo que se aplicó en Santa Cruz con el macá tobiano, un ave zambullidora endémica de la Patagonia.
Al igual que en ese proyecto, los ejemplares que son localizados en cada una de las campañas son analizados minuciosamente y marcados con pequeños anillos de colores en sus patas, con el objetivo de determinar cómo evolucionan cada año. En estas tres campañas, hubo casos de aves registradas en Entre Ríos que aparecieron en otras ubicaciones geográficas, como Uruguay, lo que permite conocer más acerca de sus hábitos migratorios.
A futuro, otra de las instancias de esta iniciativa prevé el desarrollo de estudios genéticos, la incorporación de transmisores de telemetría para hacer seguimientos y el análisis de experiencias de cría en cautiverio, que permitan la reproducción de ejemplares en condiciones controladas para poder liberarlos después en su ambiente natural. “Somos un proyecto chico, pero estamos logrando un gran impacto en pocos años. Con más apoyo presupuestario y con la incorporación de más voluntarios, vamos a poder conseguir que vuelva a ser frecuente ver bandadas de cientos de tordos amarillos en los cielos mesopotámicos”, finaliza Di Giacomo.